Y de
pronto, desaparecieron las sonrisas de la faz de la Tierra.
Se marcharon y no hubo despedida.
Nunca antes habíamos echado tanto de menos la anarquía de esas muecas
callejeras que desbarataban un día cualquiera.
Sonrisas desconocidas e inesperadas que nos hacían cosquillas en el cuello,
cuando nadie las imaginaba,
cuando el cielo y la tierra parecía que se juntaban,
y la luna y el sol se tambaleaban en ese instante
que parecía fabricado expresamente por los dioses.
Y así, nos arrebataron el último capricho que un día nos otorgaron.
Ahora, colisionamos con ojos que nos zarandean con su inestimable esfuerzo por
ser sonrisa, además de mirada.
Lo intentan,
quieren.
Y algunos no lo hacen tan mal.
Pero el león, aunque ponga interés, nunca podrá comer hierba.
Ahora, las sonrisas que nos quedan son arrugas en los bordes del lagrimal de
ojos cansados y explotados, haciendo horas extra, incapaces de comprender en
qué momento dejaron de compartir con labios y dientes la brillante capacidad de
dar /los buenos días/ y batalla y paz al mismo tiempo.
Y así, me atrevo a decir, que tras todo lo perdido, también se nos escapó un
poco de humanidad tras la mascarilla.
Ellas esperan, agazapadas en la frontera radical que separa nuestros dos mundos
contrariados.
Que vuelvan.
Que vuelvan lo antes posible,
que en demasiadas ocasiones,
ese gesto
también fue vacuna.
Aquí mandan las letras. Sublevadas e irreverentes todas ellas, han tomado el control. Cuando se mezclan hablan mis tripas, descansan mis temblores y se desgañitan mis contradicciones. Se desnudarán sin censuras, tronarán sus pulsaciones y oscilarán sus biorritmos cambiantes. Ahí están… Agárrate que vienen poniendo las íes sobre los puntos.
01 enero 2021
Sonrisas agazapadas
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