Me gustaba vivir en tus
ojos.
También cuando no
disimulábamos las ganas de rompernos la boca.
Y ahora que podría decir
que todo ha terminado, vuelvo a la cueva que tenía preparada para cuando me
faltaran tus besos.
Reconozco que he andado
descalzo, que esnifarte el alma y tus ganas de jugar a ver qué pasa, no fueron
suficientes. A la vez no faltó nunca nada, y eso me desespera, pero al mismo
tiempo me deja muy tranquilo.
Me enseñaste que uno
puede alimentarse de cosquillas y que hay abrazos que, aparte de quitar el
hipo, dan vida.
Ha sido como un
chasquido de dedos de un segundo, un plis plas que ha durado nuestras ganas de
mordernos.
Ha sido lo que nuestros
ojos confesaban al mirarnos.
Ha sido un trocito de
valor incalculable, un cortometraje de duración lo que tardaba en echarte de
menos.
Le dimos cuerda a todo
esto y lo apuramos hasta que se nos entumecieron los huesos, hasta que
aparecieron los silencios y nuestros dedos dejaron de ser trankimazin.
Al menos nos vivimos y
nos lo creímos, y supimos encontrarnos para ocuparnos los vacíos, para poner en
jaque a nuestros miedos, a nuestros viejos vicios.
Siempre podré decir que
te guardo en una cajita, en una playa y en un montón de letras descontroladas.
Y aunque
uno nunca está preparado para los jarros de agua fría, el cuerpo acaba
acostumbrándose a vivir tiritando.
Fue bonito, fue real, fue.
Fue bonito, fue real, fue.
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