12 septiembre 2018

Buen camino




¡Qué buen día hace para andar!

Hemos sido héroes con puños de acero. Hemos cambiado el mundo caminando, con las rodillas partidas en dos y los dedos en el abismo esperando algún Dios.

Es una historia magnífica. La casa en la espalda como tortugas lentas, pero felices. Destensando músculos en una práctica que susurra una vida imposible, estirando arrugas en los prados que tanto nos llenan los ojos, que tanto llenan nuestros pulmones con su aire, fresco y libre, muy libre, como esos caballos, como nosotros, los que elegimos 'freedom'.

Hemos sido una poesía de Dylan en un concierto, la voz de Mercury y la rareza de Bowie con los ojos bien abiertos, de par en par, tan raros como todo este paraíso, esta utopía hecha realidad, aunque sólo sea por unos días.

Despacio, pero sin parar de andar, con la sonrisa de un niño y la boca abierta, casi sin permitirnos hablar. Casi concediéndonos el lujo de llorar, de llorarnos encima y que las lágrimas sepan a gloria, además de a sal. De un calor extraño, imposible, de un idilio con el momento, de un equilibrio perfecto.

Y nos levantamos con la valentía del partisano enfrentando al invasor. Con nuestra conciencia echando humo y el cuerpo sin muestras de dolor. Con la inmortalidad corrompiendo nuestra piel, con las caras pintadas de alegría con un pincel.

¡Qué buen día hace para andar!

Nos damos un festín en esta orgía de energía, y es que los pelos se acostumbraron a vivir de punta. No, no hay razones concretas, pero teníamos todos los motivos para encontrarnos y conectar, para que saltaran chispas con solo pestañear.

Andamos cada uno a una velocidad, hablamos un idioma distinto, pero qué más da cuando es el corazón el que habla y los ojos los que gritan. Qué más da cuando encuentras perfecto lo más simple, cuando el mundo entero está formado por un camino, árboles, unas nueces y mentes desbordadas.

Rezamos cada uno a nuestro Dios, sin modas, sin dinero, sin marcas, sin clases sociales, durmiendo en la misma cama y sin altares de egocentrismo.

Y así seguimos el camino. Tratando de trasladar un poquito de nuestra utopía soñada a nuestra 'real life'. Tratando de alejar nuestros miedos más profundos y desafiantes plantados, sin dar un paso atrás, aunque duelan los tobillos, las rodillas y la espalda.

Así, sin duda, es como venceremos al invasor. Sin dejar de caminar, sin dejar de creer en la magia de los escalofríos que provocan sonrisitas, y si conseguimos convertirlos en constantes, mejor.

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