Nos vamos a volver a ver
las caras.
Y entonces se acabará la
tregua que mantenemos desde el día de los ojos llorosos.
Volveré a mi trinchera
de las batallitas perdidas, la bandera blanca caerá un rato, la pisotearemos
sin pensarlo, y allí mismo nos dejaremos la piel si osamos rozarnos.
Cuando encendamos
nuestros ojos como antorchas en la noche, convirtiéndonos en combustible
inflamable.
Esa noche darán igual
los días, las horas, minutos y segundos de paz, porque volveremos a ser pasto
de nuestras llamas.
La adrenalina tomará
nuestros cuerpos incandescentes como el primer día, acelerando peligrosamente nuestro
ritmo cardiaco.
Cuando ese momento
llegue, nos volveremos a declarar, la guerra y otras cosas, y creo que volveré
a dejarte ganar.
Será un chispazo de
otros tiempos, un impás en nuestras vidas, donde permitirnos volver a avivar el
fuego sin cuidado.
Y luego, seguiremos como
si nada, aceptando nuestra guerra fría eterna, como si nunca hubiera pasado y
como si nunca fuera a dejar de pasar.
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