Ahora que somos un poco
más viejos y nos acompañan las primeras canas, veo aquel parque, aquel banco y
montañas de cáscaras de pipas. Ahora que de tanto reír empiezan a asomar patas
de gallo, que casi tocamos la treintena y todavía no sabemos por dónde empezar.
Ahora que miramos atrás con la nostalgia en la garganta, con hielos y vasos de
tubo, con besos y golpes, con lágrimas y sonrisas.
Huyendo de nuestro
planeta artificial, blindando nuestro insobornable sentido de la amistad. Ahora
es cuando giramos el cuello y notamos un 'clac', cuando ves que tus sueños, la
playa, el bocata y el litro siguen igual, y la cerveza se calienta más rápido y
sabemos que no es por el calentamiento global.
Abandonamos en una gasolinera
nuestros delirios de grandeza, llegando el momento de frustrarnos, sentirnos
estafados, pero de repente dibujamos una sonrisa picarona, la de 'ok, pero que
me quiten lo bailao'. Estamos hechos de los errores garrafales que volveríamos
a cometer mil veces, sin pensarlo, continuamente, para susurrar sin que nadie
se entere que valió la pena.
Tocamos fondo, nos
ahogamos con nuestra hipocresía de ocasión, con nuestros prejuicios infundados,
pero se nos cayó la máscara en un arrebato de sinceridad. Como si a hostias
se nos fuera poco a poco la tontería y no nos avergonzáramos cuando nos miramos
al espejo, cuando rebuscamos por dentro. Y no es verdad que la perfección no
exista, la perfección es autenticidad. Es una lástima que esto lo aprendamos a
velocidad de tortuga.
También me acuerdo de
ti, que juro que quise odiarte con todas mis fuerzas, pero no pude, todo fue
tan bueno y la vida es tan corta, que no da tiempo a tonterías. Cierras los
ojos y ves a tu yo de hace diez años, al que darías un tortazo, o dos, luego
abres los ojos y te das cuenta que tu yo de dentro de diez años también te
visitaría de vez en cuando. Y seguimos como si nada y como si todo, como si se nos
fuera la vida en ello, como si se escapara entre los dedos. Y ya no estoy
seguro si te rondaré por la cabeza alguna vez. Tampoco si esa noche que se oía
el mar y nos tapaban las estrellas se te va a quedar grabada igual que a mí. No
sabemos nada, tampoco importa mucho. Somos más de 7.000 millones de personas y
tenemos la extraña costumbre de pensar solamente en una. Es trágico, mágico y
cómico, como un domingo de resaca.
Y seguimos siendo niños,
aunque con barba y haciendo cosas de adultos. Pensar en los momentos que te
hicieron temblar el alma, en las miradas que te derritieron, en las despedidas
que te partieron en dos, en lo que pudo ser y nunca fue, en lo que queda, en
los que quedan, en lo que vendrá. Que vivamos a destiempo, pero nos muramos por
seguir sintiendo de verdad, que las ganas puedan al desánimo y paremos las
agujas del reloj cada sábado noche o un miércoles cualquiera. Que la vida es un
momento y huele a abrazos que quitan el aliento, que cabe en un folio DIN A4,
que guardemos bien nuestro cuento, que en ocasiones duele si nuestras sonrisas
preferidas se las lleva el viento, y más si es sin avisar.
Han quedado canciones
que se convirtieron en veranos y en tus personas favoritas, aunque ahora puedan
quemar por dentro. También quedaron revoluciones pendientes en el tintero, y
con tinta negra permanente nos marcaron el camino, y solo a ratos supimos
escapar, pero qué ratos... Sin querer dejamos en standby lo de cambiar el
mundo, bastante cuesta cargar con la caracola a la espalda, arrastrándonos
lentamente sin ser pisados.
Y ahora, que somos el
eco de todo aquello, que miramos con retrospectiva, ahora solo podemos hacer
una cosa para ser justos con nosotros mismos: crear, inventar y compartir los
momentos que recordaremos dentro de diez años igual que ahora, igual de bien, o
no tan bien, pero que nos griten con mucha fuerza que sí, que estamos viviendo
con todas las de la ley.
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