Hay un
polvo fino que sobrevuela mi cuerpo. Brillante y destellante, como luciérnagas
en una noche de verano. Es lo que ha quedado vivo de mis sueños.
Lo intento agarrar, pero se escapa entre mis dedos.
Se difumina con mis pasos, como una neblina mañanera.
Se esparce tras mi respiración taquicárdica.
Se encuentra suspendido sobre mí, como si quisiera ser mío y a la vez se
resistiera a pertenecerme.
Polvo de estrellas en forma de nebulosa girando alrededor de mi cuerpo, en
estado civil comatoso.
No puedo tocarlo, no puedo cogerlo, no es mío, pero nunca me lo quito de
encima.
Lo observó, lo admiro, lo disfruto, lo deseo.
Pero nunca me pertenece.
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