Querer
desaparecer del mapa para que no te encuentre nadie.
Sentir el mundo tan pequeño, tan irrisoriamente ridículo y patético, que
desearías con tanta fuerza no pertenecer al mismo. No vivirlo. No ser parte. No
existir.
Sentir una atracción fatídica por todo lo que no recuerde a ser de aquí, todo
lo intangible, lo inimaginable, lo que proviene de la irrealidad, o más
sencillo aún, no pertenece a este lugar indómito e incontrolable.
Salir de casa con la mente en blanco, lobotomizado, dejando la puerta abierta,
sin pensar en lo que dejas atrás, subir a la azotea, mirar al cielo con los
ojos llorosos, pero brillantes de tanto desear. Gritar auxilio a las millones
de estrellas esparcidas en la nada más oscura e inquietante. Desgañitarte en el
último intento de que alguien o algo te escuche entre tanto estrépito y te
lleve lejos del mundanal manicomio en el que te soltaron un día y te obligaron
a habitar, coexistiendo con seres de un planeta muy lejano al tuyo.
Aquí mandan las letras. Sublevadas e irreverentes todas ellas, han tomado el control. Cuando se mezclan hablan mis tripas, descansan mis temblores y se desgañitan mis contradicciones. Se desnudarán sin censuras, tronarán sus pulsaciones y oscilarán sus biorritmos cambiantes. Ahí están… Agárrate que vienen poniendo las íes sobre los puntos.
05 junio 2020
Volver a mi planeta
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