Recuerdo
perfectamente cómo tu presencia conseguía mitigar el dolor causado por ese nudo
permanente de mi garganta.
Y ahora en la distancia, te veo en cada una de las miles de millones de estrellas
y aúllo a la luna llena tratando de comunicarme contigo. No contestas nunca.
Mantengo la esperanza de encontrar tu cara mientras deslizo mi dedo con desgana
por el Tinder.
También acostumbro a moverme por casa sin sentido alguno arrastrando un lastre
hecho bola en mi estómago. Y me muerdo los labios, que llevan meses quemados.
Te escribo malgastando mis últimas letras como cuidados paliativos de este
cuerpo que perdió el alma de un día para otro.
Dicen que la distancia hace el olvido y que el tiempo todo lo cura. ¿Cuánta
distancia y cuánto tiempo?
Pues existen casos en los que la distancia hace el mito y el tiempo lo
convierte en leyenda.
Ahora me encuentro lejos de mí mismo y tres segundos se me hacen eternos.
Estoy pagando muy caro no tener esos putos abrazos, y tras un breve suspiro
aguantando una manzanilla que todavía sigue ardiendo, me marcho cabizbajo a mi
cama congelada. Y así me mantengo, en plena glaciación.
Aquí mandan las letras. Sublevadas e irreverentes todas ellas, han tomado el control. Cuando se mezclan hablan mis tripas, descansan mis temblores y se desgañitan mis contradicciones. Se desnudarán sin censuras, tronarán sus pulsaciones y oscilarán sus biorritmos cambiantes. Ahí están… Agárrate que vienen poniendo las íes sobre los puntos.
10 junio 2020
¿Distancia y tiempo?
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