
Viene a
mí ese momento que convertí en fatalidad.
Vuelta a casa un domingo lluvioso, Luz Casal suena críticamente en el casete
de un Renault 21, "yo juego a que te creas que me importa", pero no,
yo no sé manejarme en las distancias cortas.
Todavía no tengo hechos los deberes, y en mi estómago ya resonaban campanas con
toque de arrebato, de manera demasiado frecuente.
Todo era gris. Y a veces me costaba comer, y dormir, y gritar.
Hubiera deseado esconderme debajo de la cama y no ser visto nunca.
En cambio, me acostumbré a vivir con la inocencia de un niño que prefería ser
hormiga.
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