¿Y qué más podría confesar tras la frase anterior, si me he quitado la ropa, un poquito de piel y hasta las vergüenzas en dieciséis palabras?
Podría incluso afirmar que este texto comienza con una traición a mí mismo. E intuyo que continuará con exilio cruel, pero proporcionado. Y una súplica de clemencia en cuanto asuma que es valentía el mostrar algunas de mis miserias al mundo entero.
Y es que, cuando se te cae la careta de repente y se te ven las lágrimas, después del miedo, viene de inmediato la tranquilidad de haber sacado del estómago a ese tigre que te araña y te ruge todas las noches.
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