Me encuentro
sucio por dentro.
Pararme a pensar un segundo en cómo estoy, y darme cuenta que hace semanas que
no he sido capaz de preguntármelo ni cinco minutos.
Me comprendo y me odio a partes iguales.
¿Cómo voy a estar pendiente de algo o alguien si me olvido tanto de mí mismo?
Mi cuerpo golpeado pide descanso, que deje de lapidarlo y tenga algo de piedad.
Lo ignoro, haciendo caso omiso de las advertencias que me envía, primero con
sufrimiento y pena, luego con la rabia de unas cejas fruncidas mientras los dientes
se aprietan.
Mi mente esclavizada implora silencio. Silencio de pensamientos, silencio de
vaivenes descoordinados. Harta ella de tanta incoherencia. Suelo decir
últimamente que la felicidad se encuentra en "estar tranquilo", y mi
mente, mientras tanto, me grita fuerte al oído.
Mi alma busca paz. Pero el desequilibrio en el que conviven cuerpo-alma-mente
agrieta las palabras con las que transcribo ese amasijo de motivaciones e
ilusiones que se estropean en el sótano de mi vida en descomposición.
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