Detenidos
en un suspiro de los que hacen estallar los relojes.
Necesito calma, y es lo que menos tengo.
A veces creo que soy feliz.
Y me autoengaño sonriendo con amabilidad a mi agonía permanente.
Ya no sé escribir.
Y tengo notas del móvil empezadas, sin fecha, ni título, libretas tachadas y
algún post-it que quiso ser algo expresivo, y se quedó donde yo estoy, en una
nada carente de sentido.
El tiempo perdido escuece en la garganta.
Ya no me relaja la armónica de Dylan.
Ni un café con leche escuchando a Manolo García.
Ni el silencio. Él tampoco sabe ser mi tranquimazín.
Me ahoga la armonía de las cosas ordenadas en su sitio.
Enloquezco cuando veo las líneas paralelas tendiendo al infinito. Y no ser
capaz de verlas tocarse jamás, si se me acaba la imaginación.
Buscando la colisión de lo perpetuo.
Una desestabilidad urgente en mi frágil hilo que lo soporta todo.
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