Así
es. Vamos a morir todos.
Y cuando lo pienso, siento un miedo aterrador y, a la vez, una placidez
luminosa rebrota e invade mi ser sin conformismos. Se quiere adueñar de todo.
Como si eliminara toda la presión y preocupaciones del mundo, el simple hecho
de que un día no sintamos el miedo a no estar. A no existir.
Al fin y al cabo, el miedo a algo surge de la posibilidad de perder. Pero, ¿y
si partimos de que nunca hemos tenido nada? Si nacemos desnudos y completamente
solos. El resto, es a más. No podemos poseer, si en algún momento, sí o sí,
seremos polvo y no vamos a ser.
Somos un ratito de vida dentro de una incógnita que nunca vamos a resolver.
Quizás, lo verdaderamente importante es lo que hacemos para llegar al momento
de irnos, tranquilos, serenos, sin miedo, sin ataduras. Sin las llagas que nos
produce el perder algo que nunca nos perteneció.
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