Releo
textos que escribí hace años. Y tengo la extraña sensación de revivir ese
momento, ese sentimiento que provocó la necesidad de pegar la punta del boli al
papel. Y, al mismo tiempo, de no saber quién escribió esas letras malditas, de
qué agujero negro proviene ese sentir.
Es curioso lo poco que me conozco, que en ocasiones no sé de quién son unas
palabras que escribí yo mismo.
Un exorcismo que deja al descubierto las partes de mí más recónditas y oscuras.
Mis otros yo, a los cuales mantengo encadenados y tan solo permito salir
bañados en tinta cuando nadie ve, mientras todos duermen y reina el silencio.
Con el paso de los años, al leer de nuevo lo que me contaban mis yo pasados, me
extraño, dudo, me inquieto y me sorprendo. Me acuerdo y me suena todo, pero
está lejos, exiliado y en cautiverio.
Es tan difícil saber quiénes somos realmente.
Y tan fácil no querer saberlo y renegar de ello cuando lo has descubierto.
Apretarle los grilletes y enterrarlo de nuevo.