25 junio 2017

Y no, no pasó nada…

Había pasado mucho tiempo, y ni siquiera fui valiente para volver a ver otra vez ese rectángulo con tu cara, que se había quedado a vivir entre tarjetas y monedas. Lo sabía y lo evitaba, exiliado a conciencia entre el carnet de conducir y el MetroBus. Liquidado por conveniencia al más estricto de los olvidos. Pero con absoluta cobardía era incapaz de tocarlo. Ese rectángulo, con tu cara a un lado y dedicatoria -que nunca más pude volver a leer– por el otro, era lo más cerca que te había tenido todo este tiempo. Y eso que no era más que un reflejo de fotomatón impreso con tinta. Un recuerdo destructor que, sin saber cómo, había sobrevivido a mi propia Inquisición, escapando de la caza de brujas, o de burbujas explotadas en el aire.

No sé por qué hoy, ni por qué no ayer, tampoco importa mucho. Pero al final llegó el día. Llegó el día en el que me atreví a sacar tu foto de la cartera.

Y no, no pasó nada…



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