Esa noche podría no haber existido,
y quizás no debió existir.
Es probable que el redoble de tambores
retumbara en nuestros huesos,
deshaciéndose como polvo antes que partir.
Sin temple, sin secretos y cero compromisos.
Con la boca llena y el corazón vacío.
Con la caja de tiritas a un lado
y el cristal impregnado de rocío.
Con las orejas gachas
y una búsqueda absurda y triste.
Con el alma en vilo tanto tiempo,
con el río Nilo fluyendo por mis venas
desde que ya no sopla ni una brisa de viento.
Desnudo, pero con coraza.
Cosido, pero sin curar.
Despierto, pero con los ojos adormecidos.
Aletargado y con el cuerpo tembloroso de tanto suspirar.
Y entonces, me di cuenta,
que esa noche fue un simple garabato en papel mojado.
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