25 junio 2017

Y no, no pasó nada…

Había pasado mucho tiempo, y ni siquiera fui valiente para volver a ver otra vez ese rectángulo con tu cara, que se había quedado a vivir entre tarjetas y monedas. Lo sabía y lo evitaba, exiliado a conciencia entre el carnet de conducir y el MetroBus. Liquidado por conveniencia al más estricto de los olvidos. Pero con absoluta cobardía era incapaz de tocarlo. Ese rectángulo, con tu cara a un lado y dedicatoria -que nunca más pude volver a leer– por el otro, era lo más cerca que te había tenido todo este tiempo. Y eso que no era más que un reflejo de fotomatón impreso con tinta. Un recuerdo destructor que, sin saber cómo, había sobrevivido a mi propia Inquisición, escapando de la caza de brujas, o de burbujas explotadas en el aire.

No sé por qué hoy, ni por qué no ayer, tampoco importa mucho. Pero al final llegó el día. Llegó el día en el que me atreví a sacar tu foto de la cartera.

Y no, no pasó nada…



21 junio 2017

Año cero


Te has portado muy bien conmigo.

Empecé sumergido en la mierda y acabo en éxtasis total,

en catarsis de felicidad desmedida.



Lo puedo ver, lo puedo oír, lo huelo, lo toco y lo siento.

He llorado, a veces por fuera y mucho por dentro.

He reído hasta partirme la comisura de los labios.

He sentido bueno, malo y amargo.

He corrido cuando no podía más.

He saltado y tocado el cielo con la punta de los dedos.



Me he dejado perder cuando me ha dado la gana,

o simplemente cuando lo necesitaba.

Me he mimado con cuidado

y he sido el egoísta que nunca me permití ser.

He besado sin pensarlo,

en ocasiones he mordido.

He perdido la cuenta de los abrazos que di,

pero todavía siento los que traspasaron la piel y tocaron el alma.



He aprendido cosas increíbles

y desaprendido algunas que escocían.

He tirado la mochila llena de piedras que me impedía caminar.

Ahora voy ligero y erguido y planto cara a los miedos.

He llegado a la meta, he vuelto a empezar y he vuelto a llegar.

Me he caído un par de veces y me levanté tres.



He redescubierto a personas necesarias,

insustituibles en mi vida, a las que puse el cartel de ‘’no tocar’’.

Me he visto feo, guapo y también invencible.

He crecido en tantos aspectos de mi vida que nombrar uno sería una imperdonable injusticia.



He reconstruido mi mundo en tiempo récord y el año que viene lo voy a defender con el cuchillo entre los dientes y una sonrisa de enero a diciembre.



11 junio 2017

Hoy no escribo, hoy pinto

Acostumbraba a ahogar sus penas en una hoja en blanco. Renegaba de los días grises y las noches a oscuras con los ojos como platos. Disfrutaba como el que más del atardecer anaranjado y del indescriptible color de las noches de cerveza en buena compañía. Inolvidable aquella blusa roja que tapaba todo lo demás aquel día. Se negaba a pensar en un futuro negro, prefería admitir un tono incierto. Era adicto a sus ojos marrón verdoso y aliado de un boli azul que apretaba con fuerza cuando se acababan los colores cálidos y sentía el frío intenso de su recuerdo imborrable. No sabía ponerle color a sus abrazos. Ni el de su sangre brotando del alma el día que dejó de verla. No tenía clara la diferencia entre lila y morado, pero tenía una amplia gama de emociones. Las mezclaba todas en el lienzo y le salía un bonito cuadro. Y seguía pintando su vida con un cargamento de sentimientos convertidos, esta vez, en acuarelas.



07 junio 2017

Garabato


Esa noche podría no haber existido,
y quizás no debió existir.
Es probable que el redoble de tambores
retumbara en nuestros huesos,
deshaciéndose como polvo antes que partir.
Sin temple, sin secretos y cero compromisos.
Con la boca llena y el corazón vacío.
Con la caja de tiritas a un lado
y el cristal impregnado de rocío.
Con las orejas gachas
y una búsqueda absurda y triste.
Con el alma en vilo tanto tiempo,
con el río Nilo fluyendo por mis venas
desde que ya no sopla ni una brisa de viento.
Desnudo, pero con coraza.
Cosido, pero sin curar.
Despierto, pero con los ojos adormecidos.
Aletargado y con el cuerpo tembloroso de tanto suspirar.

Y entonces, me di cuenta,
que esa noche fue un simple garabato en papel mojado.


03 junio 2017

Y se vistió de alegría



Un día,

se miró al espejo.

Y le gustó tanto lo que vio que,

mientras sonreía,

se vistió con una camisa de dignidad,

un pantalón de orgullo

y unos zapatos de nunca más dejaré que lo pases mal, bonita.



01 junio 2017

El náufrago y su isla




Un día, casi sin darse cuenta, naufragó. Empapado y aturdido, pero con las botas —todavía— puestas. La isla con alegría sureña lo recogió de la arena. Perdió todas sus pertenencias, aunque ya no le hacían falta, las olvidó con el paso de los días, las semanas y los meses. 


La isla parecía oscura y triste, aunque él la comenzó a ver con buenos ojos, como si éstos vieran lo que quieren ver y se cegaran cuando no les venía muy bien. Se dejó la barba larga, con el tiempo también se dejó crecer el orgullo. Hubo momentos donde la isla se lo tragaba entero y los nervios dentelleaban su frágil estómago de corcho y papel. Hubo frío y calor, lluvia y sol, hubo peleas en el barro e incluso más de un resbalón. Hubo días largos y noches eternas. Una isla desierta, el inframundo con alguna que otra duna y un oleaje con un deje un tanto peculiar. Pero la isla se hacía de querer, se esforzaba día tras día, y es que, parece ser, tenía un gran interés en el náufrago. Éste, tras la incesante persuasión de la isla, fue aflojando la tensión, fue rebajando el tono y se quitó los primeros botones de la camisa, aunque no sin rechistar, ya que cuando la desesperación lo corrompía e intentaba escapar, la isla no se lo permitía. Tenía cuentas pendientes, deudas por pagar y muchas cosas por aprender. La isla se lo ganó con cabezonería y se lo fue metiendo en el bolsillo, hasta la soledad parecía buena compañía, hasta el estrés postraumático parecía tratarle bien. La isla y él comenzaban a entenderse, debe ser que darle la vuelta todos los días surtía efecto. Era, sin serlo, el lugar perfecto. Y al náufrago, cada vez le resultaba más complicado ponerle pegas y encontrarle algún defecto. 


Ambos se acostumbraron a convivir, aunque a regañadientes, al fin y al cabo, eran él y su isla. Nunca hubo un Wilson o un Viernes. Se castigaban y se necesitaban a rabiar. Una relación amor-odio, de las que marcan por fuera y por dentro, de las que no dejan indiferente ni al coco de la palmera. 


Pero, con el tiempo, se convirtió en el amo y señor de ese trozo de arena en medio de la nada. Poco a poco se vino arriba, tal vez hasta acabó de hacerse mayor. Y cuando estuvo preparado la isla lo dejó marchar, con los ojos llorosos, pero con la lección bien aprendida, todas sus ilusiones renacidas y un saco de sueños por cumplir.