13 abril 2017

¿Qué podría faltarme?

Me vengo a visitar
y a huir de todo,
a sacudir el estrés de golpe
y a purgar el lodo.

Mi montaña y yo
en entendimiento completo,
los pájaros responden al silencio
mientras planean el eco,
el viento roza
mi frente y mi cuerpo,
y hace crujir las ramas del árbol
que tengo a medio metro.

Una hormiga escala
mi gemelo derecho,
provocando cierto cosquilleo
y media sonrisa,
a la que no buscaré adjetivo,
incluso juraría que al insecto
le he dedicado alguna palabra que ya no recuerdo.

El zumbido de una avispa
frena mi momento zen en seco.
Pero no pasa nada,
ahora mismo todo es perfecto.

Sobre una roca en el desfiladero,
en el horizonte Valencia y el mar,
un incontestable cielo azul,
escoltado por un sol exultante
que empieza a asomar,
con dedicatoria lanza sus rayos cómplices
directamente hacia mí,
que me achinan los ojos y avivan el día.

¿Qué podría faltarme
si al mismo tiempo
se me erizan los pelos
y el alma entera?


El Garbí

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