Vamos
al cielo directo y sin escalas.
Vamos deprisa
y con un ansia desmedida,
pisando
el acelerador sin evitar el retroceso de nuestras rígidas espaldas.
Sin
mirar hacia atrás por si nos persigue la responsabilidad,
sin parpadear
por si nos perdemos lo mejor del viaje,
sin
pensar las consecuencias de este delirio transitorio,
sin importar
si el cielo estará negro o negro oscuro,
si
quemará al acercarnos peligrosamente al sol o simplemente estaremos más
calentitos.
No cogimos
nada para el camino
por si
lo olvidamos en medio de la locura y el desvarío,
o nos lo roba la luna traicionera.
Creemos
que somos sus amigos, pero no me fío nada de ella.
Sudamos
la intensidad del momento
y situamos
a la rutina enfrente del pelotón de fusilamiento.
Respiramos
con dificultad y sufrimos mal de altura,
¿pero
qué podría salir mal si nos cuidan todas las estrellas?
Nos
abrazamos al descontrol,
descontrolamos
a nuestro triste cuerpo atrofiado,
pero él
hoy no se va a enfadar,
solo
sonríe sin razón, o sin razón aparente al menos,
razonamos
sin mucho sentido,
dejemos
que perdernos un rato le dé sentido a todo esto.
¿Y
mañana?
Mañana
ya será otro día…
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