Me
acostumbré a dormir a pierna suelta en la cuerda floja de mi vida agarrada por
alcayatas.
Las alturas ya no dan vértigo, dan un gustito extraño e inexplicable en un
lugar por determinar alrededor del cuello.
Me salió algo de coraje en la espalda. Y desde entonces, se baten las agallas
para volar y ver el mundo desde la perspectiva de los que saben que
"casi" todo da igual.
Verlas venir alguna vez fue lo correcto, esperar, transitar por el mundo con el
freno de mano puesto, con la cautela parapetada en mis pies de goma, con la
cuadrícula del universo perfectamente organizada en una libreta de gusanillo.
Así deambulaba por la tenebrosa avenida que termina en una rotonda sin giro,
sin vuelta, sin cambio de sentido. Un final seguro y negro, frío y doloroso.
Y yo, que me cansé de discutir ese oscuro final, solo me propuse darle una
pincelada de color, un último vuelo, una intensa mirada que le robe un poco de
miedo al miedo, una transición divertida, un fogonazo de rebeldía.
Solo eso.
Un fogonazo de algo, que dure lo que tenga que durar.
Aquí mandan las letras. Sublevadas e irreverentes todas ellas, han tomado el control. Cuando se mezclan hablan mis tripas, descansan mis temblores y se desgañitan mis contradicciones. Se desnudarán sin censuras, tronarán sus pulsaciones y oscilarán sus biorritmos cambiantes. Ahí están… Agárrate que vienen poniendo las íes sobre los puntos.
18 diciembre 2021
De la vida solo espero un fogonazo
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