05 abril 2021

Mi cuerpo adicto a los fuegos artificiales

No tenía tiempo para dormirme en mis antiguos laureles.
Las noches se acumulaban en las ojeras y bichitos negros, ávidos de carne en descomposición, se me amontonaban en la boca del estómago. Y así se hace complicado respirar.

Ya no sabía qué hacer para equilibrar el orgullo y el miedo.
Intenté apretar los dientes,
los puños,
arrugar las cejas.
Hay que ser muy valiente
para colonizar mi mente incandescente.
Para adueñarme de ella y ponerme duro,
¡Callad jodidos cabronazos!
¡Aquí mando yo!
Entrar a golpes, con un machete, y aniquilar cualquier intento de resistencia atrincherado en esta cabeza irreverente.

No quería ser indiferente
a mi bombardeo de estómago permanente.
Acostumbrarme a vivir con los ojos cansados,
llenos de miedo,
con las lágrimas llorando hacia dentro,
Con la angustia a flor de piel.

No, ya no.

Las señales que nos lanza el cuerpo deben ser escuchadas.

Y el mío ya era adicto a los fuegos artificiales.

Mirar hacia otro lado ya no era una opción.

Vamos a curarnos, una vez más.

Y las veces que haga falta.

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