Hay noches
en las que necesito un abrazo.
Pero lo único que hallo es un vacío, un silencio que se acurruca entre las sábanas
y me acaricia el pelo.
Busco, busco con humildad algún parche que deshaga ese mono que recorre mi piel
y la convierte en papel.
Sólo hoy.
Una vez más.
Ando de aquí para allá, con la prisa nerviosa del que no puede ir a ningún
lado.
Abro una ventana y descubro lo más parecido a un abrazo que he encontrado hoy.
Es el rugido del mar a setecientos metros. Golpeando en mis oídos como si
fueran las rocas del dique, invadiendo ese silencio traidor que me corrompía.
Restaurando mis sentidos.
Renovando el tiempo.
Justo lo que hacen los abrazos que tanto echo de menos.
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