Tenemos
montañas,
tenemos ríos,
tenemos la suerte
de que todavía sigan vivos.
Piernas que los acarician
y ojos que los cuidan con orgullo.
Tenemos los coloridos versos de Benedetti y, para siempre,
traspasando la historia,
el increíble chorro de voz de Freddy Mercury.
Tenemos tu canción favorita sonando en el coche,
un volante como batería alternativa,
unos dedos excitados tocando una guitarra imaginaria
y los gestos de nuestra cara retorciéndose hasta el infinito para ser,
durante treinta segundos,
Keith Richards en su máximo esplendor.
Tenemos conversaciones profundas que hacen llorar de felicidad a las mariposas del
estómago.
Las miradas perfectas grabadas a fuego en la sien
y un sistema cognitivo que sabe interpretarlas muy bien.
Un saludo en una sonrisa,
por la que moriría sin pensarlo
nuestra mente insumisa.
Tenemos a la vida dando toques de atención, la gran decisión antes de darnos el
último empujón,
que acelere de cero a cien los latidos acompasados del corazón.
Sí, tenemos la maravillosa muestra de humanidad necesaria,
en frasquitos de tristeza, rabia y miedo... Necesarias todas esas palabras para
escribir a quemarropa la alegría,
cuando ésta nos acaricia los dedos.
Tenemos una terraza cubierta por el sol
y una jarra de cerveza donde se bañan miles de historias,
deleitando nuestra garganta con suma destreza.
¿Y qué más podemos pedir si tenemos la absoluta certeza de que ser feliz está
detrás de unos ojos sedientos, que aprendieron a observar, con todo detalle, el
mundo y su maravillosa belleza?
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