Cuentan que
todo ese esfuerzo no sirvió para acallar el rugido de las bestias.
Dicen que el aleteo de sus alas fue en vano, que tan solo removió el polvo, que
mientras abatía descoordinadamente sus dos extremidades ancladas a su pesada
espalda, daba giros alocadamente confusos que provocaban la risa de las hienas
que lo observaban.
Hablan de sus intentos fallidos en amordazar a su mente radicalizada e
inconformista. Imposible sofocar todas esas rebeliones.
Se rumorea, en los abismos donde se deja ver por las noches, que todo le sale
mal, que un día dejó un cuchillo colgando de la nuca, y cada vez pesa más.
Se escucha, si prestas atención, en la verdad que guarda el silencio, el
alarido del mundo estallando en sus tímpanos convertidos en trinchera día tras
día.
Se lee en su pulso tembloroso la inquietud que encarcelan los grilletes
apretados de su muñeca ultrajada.
Se menciona, en los secretos mejor guardados, que deseaba hacer un viaje hacia
atrás.
De recoger cuerda.
De deshacer las nubes oscuras.
De asesinar los resquicios del pasado cuando tuvo ocasión.
De volver a los despertares en calma.
En ausencia de cuchillas y piedras.
De recuperar la inocencia.
Levantarse de una pieza.
Intacto.
Tranquilo.