26 diciembre 2021

Tan solo y en mi cabeza tanta gente

Vivir en automático resultaba ser lo más sencillo.

Sin pena ni gloria,

dejando vagar a un cuerpo inerte y sin suerte.

Me enredo en las telarañas tejidas por mis arácnidos sinsentidos.

Y ahora ando perdido y sin rumbo,

desde que se me olvidó el mapa en el pantalón de algún bolsillo.

 

Tan solo y en mi cabeza tanta gente.

Disparos,

tristeza,

fuego.

La crudeza alentada por la muchedumbre candente.

 

Tirar una moneda al aire, en ocasiones, es lo más sensato.

Y así será cómo mis sórdidos pensamientos escriban con letras bañadas en ingentes cantidades de odio,

el final de este aciago relato.

 

Yo me acuso

de todas las mentiras que se convirtieron en verdades en la sombría caverna de mi calavera.

De las angustias infundadas, que me ahorcaron en las plazas privadas de mi vengativa moral enrabietada con el mundo entero.

De las tretas usadas en mi contra.

De amañar el juego.

De hacerme el harakiri por razones de honor.

 

Me acuso de las injusticias que me autoimpuse

y de las que, todavía hoy, no he podido salir indemne.

24 diciembre 2021

No sé por dónde agarrar el cielo

No sé por dónde agarrar el cielo.

Las estrellas pinchan. Cuchillas enmarañadas puestas a conciencia para cortar cualquier intento de insumisión de los que estamos debajo.
Las tormentas me estremecen y dan pequeños chispazos a mi corazón arrugado de tanto susto, mientras su estruendo astilla mi pecho sofocado.

La lluvia, tan preciosa y divina, se entremezcla con la turbulencia de mis lágrimas facilonas. Las que quedaron agazapadas en su trinchera del lagrimal, ya no pueden aguantar más.

Y en los días claros, cuando el sol achina mis delicados ojos temerosos, me acurruco al calorcito de esos brazos de luz que me acunan con dulzura. Pero, si alargo los dedos tratando de insertarme entre sus llamas, quema.


Y la luna, qué voy a contar de la luna...
tan interesante y traviesa. Ya quisiera yo acariciarle los cráteres con delicadeza.
Ya quisiera yo pasarme las noches enteras a su lado escuchando esas historias que ha visto desde su balcón con vistas a todo.

Pero el cielo está muy alto.
A la altura de mi obsesión por tocarlo.

Y se me acaban las estrategias para escalarlo.

Mientras tanto, yo lo miro, con las manos ensangrentadas, los ojos disecados, mi piel abrasada y mis ganas de alcanzarlo rebosando por las grietas del alma.