08 diciembre 2020

Calentarnos

Noche fría de invierno.

Toca afrontar el momento de irse a la cama.

Y a mí, que me gusta dormir a pecho descubierto, me desnudo. Siento un frío intenso y, a la vez, una sensación tan reconfortante de saber que, en unos segundos, estaré debajo del edredón.

Una vez dentro, con el cuerpo tiritando, los pies con principio de congelación y las sábanas tan frías como la tundra siberiana, en esos seis o siete minutos, en los que notas cómo eres tú el que irradia calor (aunque sufras de hipotermia).

Poco a poco cede, todo se va derritiendo mientras traspasas tus 37°C corporales al resto de la cama, casi gratis, sin pedir nada a cambio.

No dudas, confías en que una vez equilibradas las temperaturas, son el resto, o el conjunto del resto y tú mismo, los que haremos subir el mercurio.

La sábana bajera, la almohada y el edredón, antes incapaces de calentar nada, minutos más tarde, se convierten en foco de calor. Y no dudan en devolvértelo toda la noche, sin rechistar, sin una mala palabra.

Visto así, parece bonita la relación que mantenemos con inertes y desalmadas sábanas, almohadas y edredones.

Imagínate si no tuviéramos tanto miedo a dar calor a cuerpos fríos, a corazones en estado de descomposición y a almas perdidas, aunque nos encontremos en momentos bajo cero, porque confiamos tranquilamente en que, luego, estaremos todos mucho mejor.

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