Ya
no nos tenemos metidos en la sien,
a veces nos olvidamos de quién es quién,
pero el éxito está en que nos quisimos bien.
Hace tiempo que nuestras cabezas dejaron de ser hogar. Y reconozco que costó
mucho asimilar que vivíamos de alquiler.
Ahora sé, con toda seguridad, que comprar casa, cuando se trata de los
pensamientos que residen en un "alguien", es una absoluta gilipollez.
Son tiempos de vivir de alquiler.
Y tras todos estos años, en los que aprendí a hacerme la maleta en diez minutos
y cambiar de casa. También desaprendí a vivir en zulos oscuros llenos de
humedad y colchones desgastados. Incluso me deshice, a ratos, de la manía que
había adquirido de tumbarme en los suelos más fríos que encontraba. Uno, en
ocasiones, se vuelve exigente, si se trata de elegir en qué cabeza meterse.
Y aun así, después de tanto que cerramos la puerta a cal y canto, vuelves, de
vez en cuando, a algún recoveco de mi piso de cuarenta metros, desbaratado y
por barrer.
Como si no acabara de soltarte. Como si todavía me costara horrores permitir al
resto compartir mis sesos, después de haberlos vivido y perforado tú.
Luego se me pasa. Y te dejo un rato en algún lugar de mi encéfalo. Sonrío un
poco mientras observo y manoseo ese pensamiento.
Ya no nos tenemos en la sien, pero ¡qué más da!, si nos quisimos tan bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario