Tengo un cuervo dentro.
Me picotea el estómago.
A veces se agarra de las tripas y las enreda, las enreda dando vueltas sobre sí mismo. Las retuerce con ensañamiento.
Duele. Duele mucho.
Trato de esconderlo, ignorarlo, taparlo con cualquier droga. Con personas, música, hobbies, trabajos y falsas esperanzas.
En ocasiones he pensado que por fin se había marchado. Pero no, siempre vuelve con su pico punzante y su graznido irritante.
Hasta en ocasiones puntuales, cuando me había olvidado de él, llegué a echar de menos ese ser tan conocedor de mis miserias.
Y se cuelga de mis cuerdas vocales hasta dejarme sin habla.
Y se cuela en mis pulmones corrompiendo mis respiraciones.
Y boicotea mi corazón atentando contra mis pulsaciones, coagulando los días.
No me puedo deshacer de ese cuervo negro.
Le odio.
Otras le alimento y cuido.
Al fin y al cabo, es el cuervo que tengo dentro.
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