14 mayo 2020

Supervivencia



Sopla el viento dentro de casa, con virulencia, se cuela por los rincones inhabitados de las estancias secretas separadas por los tabiques de mis costillas.

Me esfuerzo en provocarme los escalofríos precisos a lo largo y ancho de mi cuerpo enmudecido. Pruebo con los sonidos relajantes del mar, su brisa marina y su tono reconfortante para mi martillo, yunque y estribo, últimamente vejados y golpeados por el silencio.

Insisto con las canciones aliadas, las que siempre vienen en mi ayuda, me protegen y lamen mis miedos con mucho cuidado, cuando me encuentro tirado en el suelo con el conocimiento perdido.

Pero yo, en estado civil catatónico, llevo días inmune a mis estímulos preferidos. Y así es difícil concentrarse y pedir tranquilidad a mi respiración exaltada.

En pleno conflicto conmigo mismo por mi propia supervivencia.

Pero me busco la yugular con la yema de los dedos, y todavía respiro escribo.

Buena señal.

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