22 septiembre 2017

¿Sabes qué?




Dejaría a nuestros dedos jugando a encontrarse,
a mis ojos clavados en los tuyos para ver si, una vez más, aguantas la mirada, convertirnos en maestros del lenguaje que dominan nuestras pupilas,
dejaría a mis ilusiones pendiendo del hilo que cuelga de tu falda.

Como el pirata más temido, surcaría cada uno de tus mares y saquearía hasta la última de tus sonrisas, para acabar naufragando en nuestra playa de piedras incómodas, soñándonos. Usurparía tus buenos días y me adueñaría de todas tus buenas noches, me quedaría a vivir en tu pelo como buen parásito, me incrustaría mil veces más en tu vida por sorpresa, lo dejaría todo a merced de nuestras manos traviesas.

Me engancharía como garrapata a tu espalda y nunca me saciaría con tu sangre, sino con tus abrazos fuertes y tu seguridad en lo que estamos inventando. Soportaría al monete colgado de mi cuello, mirando de reojo, mientras desliza media sonrisa.

Condicionaría mi vida entera a que me beses un poco más y me muerdas, sobre todo me muerdas...
Confiaría toda mi existencia a rozarte el cuello, a que me dejes estar cerca de tu yugular, a que, a la vez, te guste y no te guste, a que sí pero no, a tu voz temblorosa si me acerco.

Yo tengo hambre de tus miedos y miedo de que no me respires cerca de la oreja,  
sufro un ansia desmedida por descubrir de qué va el cuento, qué nos dice la moraleja.

Porque me lo jugaría todo a la carta de tus caricias, porque ellas no engañan, porque no hay temor, porque no hay prisa.

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