Dejaría a
nuestros dedos jugando a encontrarse,
a mis ojos
clavados en los tuyos para ver si, una vez más, aguantas la mirada, convertirnos
en maestros del lenguaje que dominan nuestras pupilas,
dejaría a
mis ilusiones pendiendo del hilo que cuelga de tu falda.
Como el
pirata más temido, surcaría cada uno de tus mares y saquearía hasta la última
de tus sonrisas, para acabar naufragando en nuestra playa de piedras incómodas,
soñándonos. Usurparía tus buenos días y me adueñaría de todas tus buenas
noches, me quedaría a vivir en tu pelo como buen parásito, me incrustaría mil
veces más en tu vida por sorpresa, lo dejaría todo a merced de nuestras manos
traviesas.
Me
engancharía como garrapata a tu espalda y nunca me saciaría con tu sangre, sino
con tus abrazos fuertes y tu seguridad en lo que estamos inventando. Soportaría
al monete colgado de mi cuello, mirando de reojo, mientras desliza media
sonrisa.
Condicionaría
mi vida entera a que me beses un poco más y me muerdas, sobre todo me
muerdas...
Confiaría
toda mi existencia a rozarte el cuello, a que me dejes estar cerca de tu
yugular, a que, a la vez, te guste y no te guste, a que sí pero no, a tu voz
temblorosa si me acerco.
Yo tengo
hambre de tus miedos y miedo de que no me respires cerca de la oreja,
sufro un
ansia desmedida por descubrir de qué va el cuento, qué nos dice la moraleja.
Porque me
lo jugaría todo a la carta de tus caricias, porque ellas no engañan, porque no
hay temor, porque no hay prisa.
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