Y de pronto se paró el mundo.
Y ya no importaba el trabajo, ni la crisis, ni
el insomnio, ni la multa del día anterior.
Fue un rayo penetrando y trastocando todo, fue
el zarandeo más inesperado, fue como un chute de adrenalina o una Coca-Cola
después de un desmayo.
Era magia, inexplicable, y a la vez era capaz de
encontrarle todo el sentido del mundo.
El Big Bang de mi universo, una explosión descontrolada,
la creación de algo desconocido, poderoso, quizás destructivo.
Fue la ilusión de un niño la Noche de Reyes, la
lucecita que quita todos los miedos en la oscuridad.
Fue como un trago de cerveza fría un martes
cualquiera, una bocanada de aire fresco en esta habitación cerrada.
Era algo tan simple que parecía mentira, algo
tan real y tan limpio que era imposible que no fuera verdad.
Y es que, desde entonces, soy adicto a que me
toque esa mirada, que agitó mi alma por completo.
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