No dormir
nunca más.
Abrir los ojos como Malcolm McDowell en la Naranja Mecánica,
y no querer ver más la tierra quemada en que se ha convertido el mundo.
Romperse una mano contra la pared, esperando que deje de doler por dentro.
Cuando se esfuma la curiosidad,
la revolución se niega a propagarse,
el aliento se entrecorta entre intentos de alzar la vista un poquito más allá.
La distancia es insalvable para seres tan pequeños.
Se expande el humo entre las grietas de castillos en ruinas.
La esperanza tiene las patas muy cortas
y a los sueños narcotizados que aguardan su momento se les acaba la paciencia.
Las mariposas se arremolinan intentando huír por el esófago. Cualquier lugar es
mejor que un cementerio de elefantes moribundos.
Llorar será un buen plan.
Tan solo existía una oportunidad de provocar la chispa que todo lo encendiera.
Pero tenía tan apagado el alma,
que no era capaz de ponerse en marcha ni con pilas de antifaz, ni maquillaje de
sonrisa.
Herido de muerte y sin morfina.
Aquí mandan las letras. Sublevadas e irreverentes todas ellas, han tomado el control. Cuando se mezclan hablan mis tripas, descansan mis temblores y se desgañitan mis contradicciones. Se desnudarán sin censuras, tronarán sus pulsaciones y oscilarán sus biorritmos cambiantes. Ahí están… Agárrate que vienen poniendo las íes sobre los puntos.
13 noviembre 2021
Herido de muerte y sin morfina
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