Sufro.
Sufro como un gatito recién nacido. Con sus ojos ciegos, sin poder observar el
perverso mundo que me espera. Con el movimiento torpe de mi cuerpecito débil,
incapaz todavía de activarse de una forma coordinada.
A merced de una suerte que desconozco, intento descubrir lo que ocurre alrededor
de mis bigotes inexpertos.
Os juro que hago una fuerza tremenda con la boca de mi incómodo estómago, mi
garganta de juguete y mi lengua hambrienta para producir algún ruido que
merezca mención. Pero no me sale ni un triste "miau".
Me agobia esa sensación de desconocimiento. De simplemente confiar en lo que
haya fuera.
Gato ciego, sordo y mudo.
Intento defenderme de no sé bien el qué.
Me defiendo con lo único que tengo. Unas agujas puntiagudas que he descubierto
en el extremo de mis patas, que muevo como si no fueran mías. Un arma letal que
no sé utilizar.
Me atormentan ruidos que no sé interpretar.
Miedos que no soy capaz de controlar.
Picores que se estratifican en mi piel inmadura.
Inmerso en la oscura incertidumbre que emite una noche eternizada en el
cascabel de mis heridas abiertas.
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