Sufro el
síndrome de Estocolmo.
Me gustan mis grilletes,
mi cárcel,
mis barrotes,
mis paredes
y
mi oscuridad.
Siento que necesito tirarme en paracaídas, una vez,
y otra,
y otra.
Afrontar los miedos con terapia de choque.
Zarandearme boca abajo y escuchar el golpeo sobre el suelo de los trocitos de
metralla que tengo incrustados en el cuerpo.
Convivo con un miedo incoherente y una valentía torpe,
que me empujan,
escupen
y cierran la garganta,
hasta dejar sus paredes arrugadas pegadas entre sí, quedando mis pulmones
huérfanos de oxígeno.
No puedo evitarlo.
Quería vivir en el "Don't worry be Happy" de Bob Marley.
Pero no.
Mis últimos días son un concierto de Rage Against the Machine, un grito de
rabia de Zack de la Rocha contra el mundo. Contra mi mundo en llamas.
Cada día estoy más cerca del estallido de mi vena del cuello. Y no sé, no
puedo, ¿no quiero? parar la guerra civil que sufro en mi cabeza destartalada.
"Sácame de aquí", me digo con la voz colgando del hilo que sujeta las
lágrimas.
Al menos, detrás de todo este desastre, hay alguien que se atreve a soltar lo
que le pesa en las pesadillas.
Aquí mandan las letras. Sublevadas e irreverentes todas ellas, han tomado el control. Cuando se mezclan hablan mis tripas, descansan mis temblores y se desgañitan mis contradicciones. Se desnudarán sin censuras, tronarán sus pulsaciones y oscilarán sus biorritmos cambiantes. Ahí están… Agárrate que vienen poniendo las íes sobre los puntos.
06 marzo 2021
Mi mundo en llamas
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