25 marzo 2018

Domingos de mierda y papel




Me junto con la una para que no se quede tan sola, me invento un final acorde al momento, acuerdo, mediante choque de manos informal, las palabras que me vocea el viento. Las cosas deberían ser más sencillas, pero nuestra supuesta simpleza se desintegra con el roce del lápiz sobre el papel, que desangra a mis oídos, engaña a la vista y retuerce en el estómago, donde se concentran los fracasos sonados, chillando sin necesidad de altavoz.

Hoy el día sabe a domingo que duele -o de mierda-, a mirada perdida sobre un folio en blanco, vacía, como mi cama, como la botella de ginebra, como las palabras que me susurrabas y que ahora me las tengo que inventar para no caer en locura, si no lo estoy ya.

Soledad es plegar las sábanas sólo, es acariciarse la cabeza como cuando lo hacías tú, es la ausencia de los buenos días, la desaparición de tus manías, esas que tanto odiaba y ahora busco desesperadamente entre los calcetines sin pareja, en la caja de objetos perdidos y en mi cafetera para dos.

Esos domingos de gangrena, que infectan el lunes, el martes... esos domingos que ni siquiera son de resaca y sofá, son de pensarte y dolerte, de querer y no poder, de mirarse al espejo y no ver más que ojeras, de ser consciente que hacen falta más domingos muertos para soltarte, para dejarte ir.

¿Cómo no ponerse a temblar cuando es el folio en blanco quien pregunta cómo estás?
Aun sabiendo que lo voy a marranear, a escupir, a gritar, a llorar de tinta.

¿Cómo va a ser la vida sencilla si no sé ni explicársela a un folio en blanco...?
Y con mucha delicadeza se lo resumo para que lo entienda: si el infierno existe, se parece a enfrentarse a un papel en blanco un domingo de mierda.

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