Caminamos.
Caminamos
despacio las calles de Valencia. Valencia lluviosa, vacía, oscura, estrecha.
Las baldosas resbaladizas babosean y se retuercen de envidia, nos quedan horas, risas y cervezas, nos sobran motivos y las letras bailotean con suma destreza. Nos miran los murales y nos embobamos con cara de idiota, nos cautivan y nos cuentan sus historietas, y si no Valencia se las inventa, nos faltan ojos para tanto que mirar, nos emborrachamos de luna con tónica y limón, y ya casi no nos acordamos ni de andar.
Las gotas sobre la frente, las terrazas nos observan, las luces lucen solas, las fachadas se transforman en nuestros guardaespaldas.
Las baldosas resbaladizas babosean y se retuercen de envidia, nos quedan horas, risas y cervezas, nos sobran motivos y las letras bailotean con suma destreza. Nos miran los murales y nos embobamos con cara de idiota, nos cautivan y nos cuentan sus historietas, y si no Valencia se las inventa, nos faltan ojos para tanto que mirar, nos emborrachamos de luna con tónica y limón, y ya casi no nos acordamos ni de andar.
Las gotas sobre la frente, las terrazas nos observan, las luces lucen solas, las fachadas se transforman en nuestros guardaespaldas.
Y qué
bonita está Valencia cuando la andamos, casi descalzos, casi desnudos, pisando
charcos y girando esquinas. Y qué bonita está Valencia si la vives desde
adentro, si entre las callejuelas de El Carmen la escuchamos gritar, callando
los silencios con cada una de nuestras aventuras sin filtrar, con pelos y
señales, con la ciudad de cómplice y los ojos diciendo la verdad.
Qué
bonita está Valencia cuando la pisamos al andar.
Qué
bonita está Valencia cuando nos alejamos de esos puertos conocidos para darnos
cuenta que nuestro destino no es un lugar, es un estilo de vida, una forma de
andar.
Qué bonita
está Valencia cuando la andamos juntos.
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