02 abril 2018

Ellos ya no eran cornisa



Se trajo el alma rota a cuestas. No sabía qué hacer con el peso muerto de su recuerdo, tan vivo y brillante. Mientras caminaba sin destino ni fin por la calle del amor estropeado y sus paralelas, sin pasos peatonales ni semáforos en verde. Descatalogado y descolgado del mundo, agarrado de un dedo tembloroso a la cornisa de sus ojos. Pero sus ojos ya no eran cornisa, sino acantilado de rocas puntiagudas.


Ellos ya no son refugio, sino tempestad en las noches de las lágrimas inconsolables. Ellos son un reflejo lejano de aquello que fueron, del arte de hablar al mirar, siempre que gritaban las pupilas. Y ahora están clavados como estacas de plata y se aparecen al encender la luz de la mesita de noche, creyendo que todo había sido un sueño y sus ojos seguían pestañeando por los suyos.




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