05 enero 2018

Todo terminó como empezó



La calle sigue humeante, decorada sarcásticamente con lucecitas de colores y la muchedumbre se cruza sin interactuar. Hoy falta una más y se trata de fingir que todo está OK.

Escuchas la llamada de los tristes, pero no pasa nada. Seguimos bebiendo pena y comiendo ombligo, y no es ensayo, esto ya es la función. Tratas de no olvidar tu alegría cuando suenan las alarmas, pues oyes bien, pero no escuchas. Sales de casa con el miedo en el cuerpo y la valentía en Instagram, pero no importa nada en este planeta artificial. Aquí somos más del color de los ojos que de la forma de mirar, y no hay dolor, y no hay color cuando tratas de leer miradas desorientadas, que sufren, miradas que gritan, aman y odian.

Nos hemos bajado dos peldaños en la escala evolutiva, fabricamos máquinas y vivimos como máquinas, y aun así nos volvemos locos por sentir de verdad, aunque sea de vez en cuando, como si todavía permaneciera en algún resquicio el afán por vivir como si fuéramos a morir algún día, por morir vividos, y no como una copia barata de estiércol social. Robots haciendo "lo que Dios manda".

Y los días pasan con nostalgia por no haber abrazado más a quien ya no está.
Y los meses pasan pensando en quien no tienes sentado al lado en el sofá.
Y los años son eternos cuando no dijiste lo que sentías, cuando no tuviste pelotas de echarte limón en las heridas, y así siguen, abiertas de par en par.
Cuando el qué dirán es más importante que lo que pica en el alma y araña las entrañas con agobio, con la asfixia del que, en el fondo, sabe que se equivoca.
Y así deambulas por la vida, descalzo, tratando que nadie sospeche de tu taquicardia diaria, de tu muerte en vida. Que la suerte es para quien la busca, para quien la exige y la provoca.

Y así sigue todo, como empezó, esperando no se sabe muy bien qué.

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