Desearía
hacerme pequeñito, tamaño molécula, y meterme por uno de los poros de tu carita
esculpida con el mimo de las manos de Venus.
Sigiloso y escurridizo, de puntillas, con un antifaz negro.
El saqueador escondido que pasa desapercibido a través de tus diminutos
capilares sanguíneos.
Quedarme pasmado con la luz brillante que atraviesa las puertas de las
mansiones donde nacen y crecen tus sueños.
No estorbar.
Andar discretamente pegado a la pared de los pasillos laberínticos de tu
memoria.
Acariciar el cielo de tu cráneo, protector de las reliquias por las que
batallaría cual templario, espada en mano, enajenado con su cruz.
Besar todos esos rincones por donde transitan las señales neuronales que
transmite tu cabecita inquieta.
Nerviosa de rebeldía.
Sedienta de paz.
Más adentro.
Yo desearía llegar más adentro.
Mi ego desearía alcanzar lo más profundo de tu pensamiento.
Lamer tus miedos.
Acunar tu oscuridad.
Decorar los templos de fuego con una bandera blanca y pipa de la paz.
Arriesgaría ser capturado para desactivar esa velocidad incontrolable que
trastoca la calma y la confunde.
Yo y mi ego, que en algún momento creemos que podemos deambular por tus
profundidades y solucionar lo que no es nuestro.
Pero no.
Lo sabemos.
Nos conformamos con acompañarte en todas las formas, escuchar, abrazar...
Sin pretensiones, sin heroicidades que no nos corresponden.
Coge la espada. Que yo te acompaño a la batalla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario