Por un
temporal bipolar acabé naufragando en la periférica playa de una isla
inexplorada.
Así es,
en un último hálito de cordura regresé a ese país sin reglas ni bandera.
Ansiaba conocer la libertad de las palabras que se muestran sin nada que temer,
sin ánimo de perdurar, sin la sombra que regala el miedo a perder.
Quería acariciar las palabras con la delicadeza de Benedetti para después
destriparlas en un cuchillazo de garganta de Brian Johnson.
Un toma y daca de los que hacen mella, dejan marca, te dejas el alma y te
arrepientes mañana.
Calma, sé, vuela.
Deshazte vivo.
Alejarme de la tiranía de la vida que no reconozco mía.
Adentrarme en la historia que guarda el silencio y no atreverme a nombrarlo
nunca.
Se me van las ideas y las agallas por la ventana, y no entran más que hojas
secas que me obligan a hacer magia y desgarrarme por dentro.
Transito, fugaz y afable, por el trance que supone abrir mi cráneo, desproteger
dolores y mentiras, que me brillen los ojos a la vez que lloran.
Quise viajar de nuevo hacia donde solo puedo llegar yo.
Transmutar la imagen pobre que me hice de mí.
Salir a flote en este mar de oportunidades que me ofrece la sonora cueva de
emociones en la me encuentro, siendo yo a ultranza, siendo todo y nada, siendo
descubrimiento y ayer, siendo lo preconcebido y lo que me invente.
El infinito no puede caber en un cuerpo.
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