En ocasiones me surge un cosquilleo en la cabeza y cuello, según el momento puede ser en zonas distintas.
Lo llamo el cosquilleo de la felicidad.
No tengo ni idea de la química que lo provoca, ni qué sustancia adictiva se expande por mi cuerpo cuando se produce.
Pero a mí me gusta pensar que mis células se vuelven locas y colisionan totalmente descontroladas, formando unos destellitos fugaces, que a su vez dejan una nebulosa de colores a su paso. Y en esa explosión empieza a hervir la sangre de mis capilares, y las conexiones neuronales pegan chispazos que yo siento en forma de cosquilleo relajante, muy relajante. Una sensación que, si no es felicidad, se acerca mucho. El paraíso alcanzado en diez segundos.
Este fenómeno ocurre muy pocas veces.
Son escasas, como los diamantes, por eso es tan valioso.
Me puede pasar escuchando Stairway to Heaven de Led Zeppelin en el coche, en una terraza al sol mirando nada, en la montaña mimetizándome con el silencio, en una conversación que te atrapa, en los goles de Iniesta, en un orgasmo...
Momentos donde mi cuerpo, mi alma y mi cerebro se han unido formando una sola cosa. Sólo existe esa sensación que la química o la magia son capaces de crear de la nada. Un Big-Bang pequeñito y perfecto.
Cuando ocurre, y empiezo a sentir esa sensación, intento concentrar todo mi esfuerzo y atención en esa fantasía que invade los diferentes lugares de mi cabeza y cuello. Y la sigo, la intento mantener un par de segundos más.
Ojalá aprender a utilizar ese poder cuando quiera.
Ojalá llenar el mundo de cosquillas de felicidad.