Siento una
envidia terrible de la espuma de la cerveza que, por un instante, se adueña de
tus labios hasta que es barrida por esa lengua temeraria que se atreve a salir
de detrás de tus dientes. Todo lo investiga, todo lo explora.
Quiero descubrir cada uno de los misterios que escondes tras esa sonrisa de no
haber roto nunca un plato y, a la vez, haber provocado la guerra de Troya, la
destrucción de Pompeya y la desaparición de los dinosaurios.
Y resulta que, soy incapaz de no quedarme obnubilado viendo el eclipse que se
forma cuando acercas ese vaso goteante hacia el sol de tu boca.
Evitar que se note el tambaleo que me recorre el cuerpo, mientras doy por
perdida la correcta gestión de mis ojos parlanchines.
Se me ha olvidado ayer, y mañana.
Ahora únicamente se me pasa por la cabeza cada una de las deidades, en las que
no creo, para ofrecer mi alma. Un sacrificio humano, cualquier cosa que me
cuenten las zarzas ardiendo, un rayo de Zeus o la cabeza de halcón del
todopoderoso Ra, para seguir observando esta maravilla astrológica que no
ocurre todos los días.