Hacía
tiempo que vagabundeaba como un perro hambriento entre los escombros de Tinder.
Tan solo quería encontrar algún trocito roto que comprendiera mi locura.
Y en medio de la pérdida de mi (in)sano juicio, acabé a golpes contra mi
cordura.
Fue extraño, perturbador, incluso puse en cuarentena algunas creencias que la
sociedad había atravesado en mi mente vulnerable.
Y en profunda conversación con lo que quedaba de mis entrañas, llegué a la
conclusión: cuidarme era lo único transcendente. Sólo quedaba esa dirección o
gasolina y cerilla.
Amar(me) sin piedad.
Un viaje que desafía los límites de mi comprensión, que llena y rebosa las
baratijas de mis cuadriculadas convicciones.
Pero ahí estoy, en la carretera, aunque pase frío, calor, se me quemen los
pies, o raspe el pecho al arrastrarme sobre el asfalto.