Mi
nariz siempre ha sido mi mayor complejo.
Llegaba a fijarme en todas las narices que me cruzaba, comparándolas
constantemente con la mía. Casi todas esas narices eran chatas, rectas,
pequeñas, "normales". Yo, en cambio, tenía un huesecito que
sobresalía en forma de puente. Cuando me miraba en el espejo, iba directamente
a mi tabique nasal. Después estaban mis ojos, mis orejas, mi pelo, mi boca,
siempre en un segundo plano. Porque claro, lo que más llamaba la atención de mi
cara era esa inusual nariz aguileña. Con lo cual, mi vista se dirigía siempre
hacia donde sentía mi vergüenza.
En ese seguir dándole vueltas a mi nariz y al espejo (a veces he cogido dos
espejos para simular cómo se veía mi nariz de perfil), no es que me encontrara
a gusto, pero sí más cómodo con esa parte del cuerpo que humillaba
constantemente con mis pensamientos.
Con el paso del tiempo, fui acostumbrándome, incluso empecé a sentir cierto
aprecio por esa nariz que me aguantaba las gafas de sol perfectamente.
Empecé a imaginarme mi cara con otra nariz. Y tras mucho tiempo pensando y
conviviendo con ella, me di cuenta que era una de las partes más importantes de
mi cara y, por tanto, de mí.
Mi nariz transmite una personalidad que se adapta a mí. Dice mucho de la
persona que soy. Y, sobre todo, al ser la parte de mi cuerpo que más he
criticado, culpado y machacado, sin duda, es la que más fortaleza ha adquirido
con el paso de los años.
Nunca podré decir que es la parte de mí que más me gusta. Pero sí es la parte
de mi cuerpo que más admiro y respeto.
Te pido disculpas por el maltrato emocional que te he causado. Era ignorancia.
Gracias por no tenerlo en cuenta y quejarte nada.
Hoy no te cambiaría por ninguna.