22 abril 2019

Sin tiempo

Se ha hecho tarde, y pienso en la estrechez del hueco entre pronto y tarde para ciertas cosas, cosas para las que el tiempo exacto no existe y la puntualidad es ingobernable.

Con el tiempo jugamos al despiste, las agujas del reloj corren más rápido que Forrest Gump por la selva de Vietnam, y todo parece indicar que vivimos dentro de un chiste corto y malo. Las alarmas suenan con descaro y no hay prisa, hay necesidad exagerada por llegar ahora mismo y a todos los lugares.

Por desgracia, no controlamos el tiempo, ni siquiera el tiempo nos controla, somos nosotros los que giramos y giramos sin darnos cuenta, dejándonos llevar por el tic tac penetrante de un reloj antiguo, esperando que dé la hora con un tono tétrico y oscuro, como si fuera de otro tiempo, como si fuera el reflejo de nuestras vidas fugaces, pasajeras, indescifrables, negruzcas.

No somos capaces de alcanzar la velocidad de la luz, ni siquiera somos capaces de no tratar de seguir el ritmo constante de un segundero. Somos un grano de arena deslizándose entre millones de granos de arena, cayendo al vacío, a ningún lugar, para luego volver a darnos la vuelta y empezar.

Somos cronómetro vital, reloj suizo perfecto con todas sus minúsculas piececitas, somos despertador de mesita de noche, somos cuenta atrás sin saber mirar hacia delante, somos un reloj fundiéndose en el desierto.

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