01 diciembre 2018

Zapatillas y cordones




"Buenos días Bambas", le decía por las mañanas rozándole la lengüeta.
"Buenos días Cordi", contestaba con voz temblorosa esbozando una sonrisa de talón a puntera.

Estaban tan unidos que parecía imposible que se separaran sus tejidos. Se entrelazaban formando el calzado perfecto. Cordi recorría los agujeros de Bambas. Bambas pensaba que nunca nadie le llegaría a la suela del zapato. Cordi se fundía con Bambas en su empeine, saliendo de casa los más chulos del barrio, chafando la cara de la acera y pisando charcos.

Pasó el tiempo siendo todo perfecto. Pero un día Cordi salió de la vida de Bambas, sin decir "ahora vuelvo", como quien sale a por el pan con chanclas, como quien se pone las zapatillas de ir por casa, como si fueran a darte un susto de muerte y dejar todos tus rincones rellenos de ansiedad. Como si en lugar de andar sobre el suelo se andara por la pared, como si la sacudida les hubiera llegado a la punta de los pies.
Y así de frío y tremendista puede parecer. Pero Bambas se puso otros cordones y Cordi encontró otras zapatillas. Y el mundo siguió girando, y el suelo seguía en su sitio. Porque nadie se muere si pierde unos cordones, e incluso si pierde las zapatillas, pues descalzo, aunque al principio duela, también se puede andar.

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