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Mueren.
Las estrellas inconscientes de su brillo están muriendo.
Derrotadas
y descompuestas supuran pena. Viviendo eternamente a espaldas de su devastada
aura de poder.
Mueren.
Y su magia se resiente entre barrotes, entre todo ese miedo infundado desde el
Big Bang.
Andan
descalzas y con luz prestada, de puntillas, para no despertar al resto de
estrellas encadenadas en los recónditos rincones del universo.
Les han
robado sus poderes con nocturnidad y alevosía, con anestesia y a punta de
pistola. Ellas, han quedado tan humanamente desarmadas, tan perdidas.
Y aun
así brillan. Siguen brillando. Pues las estrellas siempre son estrellas, aunque
no se lo crean, aunque no sean conscientes de su fuerza, de su luz propia, de
su magia escondida detrás de sus miedos y vergüenzas, aunque resalten menos por
esos "no puedo" tan suicidas.
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