31 julio 2018

Cansados de barrotes



Dejaremos de manosear barrotes para tocar el cielo con las alas que nos salieron en los pies.
Limpiaremos las telarañas de todos los rincones oscuros, los nuestros, los del mundo.
No fallaremos, seremos la defensa de Stalingrado y un tiro certero de Vasili Záitsev.
Escucharemos rugir los muelles de las camas y conspiraremos entre cervezas nuestro plan tan estratégicamente descontrolado.
Las estrellas, que tanto brillan, se morirán de envidia cuando nos vean vibrar, cuando nos vean vencer.
Nos pintaremos la boca de rebeldía y los gritos de ira atemorizarán a todos los demonios habidos y por haber.
Seremos un gesto roto y una mirada torcida, la muesca con exhalación justo después de tu oreja mordida.
Una lucha a muerte de cuerpos calientes y sábanas frías, de corazones hirvientes y cabezas con ansia de poesía.
El asalto a la torre más alta del castillo desde las catacumbas más profundas, sin salto, pero sin importar la altura, sin toma de prisioneros, sin compasión, con labios merodeando la piel en forma de tortura.
Vamos a contar con todo lo que tenemos dentro, vamos a dejarnos ir, vamos a pasarlo bien de principio a fin.
Colgaremos nuestra piel en las concertinas como tortugas anarquistas, nos quedaremos fundidos en las vallas electrificadas y dejaremos vía libre a todas las miradas cruzadas.
Vamos a ser el meteorito que pulverice el mundo, que lo renueve.
Con o sin respaldo, con tiempo o sin él, con el cargador lleno o con nuestras manos rozándonos la piel.
Andaremos descalzos, dormiremos desnudos y soñaremos muy despiertos.
Disfrutaremos del barro y las garrapatas dentro de las barricadas de confianza.
Nos tornaremos en almas indestructibles, con el único objetivo de contagiar nuestro terrible mal por el mundo. Somos como pequeñas y destructivas bacterias que no te van a dejar dormir.

Viviremos, aunque tan solo sea para morir en el intento.

18 julio 2018

Te mueres mañana


¿Y si te mueres mañana?
¿Y si te dijeran que éste es el mejor momento de tu vida?
¿Lo aprovecharías?

¿No desearías haber viajado al fin del mundo?
¿No desearías haberte dejado la piel en cada segundo de tu existencia?
¿No darías lo que fuera por volver aquí a poner las cosas en su sitio y a cada sitio ponerle cada una de sus cosas?
¿Volverías a dejarte ese beso en el tintero?
¿Volverías a preocuparte si los demás piensan, ven o hablan?
¿Irías corriendo a abrazar a alguien?
Qué digo abrazar... Irías a partirle los hombros a ese alguien a cualquier parte del mundo.
¿A que lo harías?
¿A que se te olvidaría el móvil?
Apuesto a que no harías una foto al amanecer, porque en tu mente sólo habría amanecer o alguien, no la foto.
¿A que te faltarían segundos para respirar y coger el aire de nuevo?
Estoy seguro de que el miedo y el amargor que te entraría en el estómago hasta la garganta sería angustioso porque aún te quedan tantas cosas por hacer, tantos te quiero por decir, tantos por confesar...

Y aunque parezca mentira, aunque parezca que nunca vaya a pasar, llegará un día en el que muramos mañana.

Así que...

¡Corre! Te mueres mañana...

09 julio 2018

Mueren las estrellas

 iStockphoto/Thinkstock

Mueren. Las estrellas inconscientes de su brillo están muriendo.
Derrotadas y descompuestas supuran pena. Viviendo eternamente a espaldas de su devastada aura de poder.
Mueren. Y su magia se resiente entre barrotes, entre todo ese miedo infundado desde el Big Bang.
Andan descalzas y con luz prestada, de puntillas, para no despertar al resto de estrellas encadenadas en los recónditos rincones del universo.
Les han robado sus poderes con nocturnidad y alevosía, con anestesia y a punta de pistola. Ellas, han quedado tan humanamente desarmadas, tan perdidas.
Y aun así brillan. Siguen brillando. Pues las estrellas siempre son estrellas, aunque no se lo crean, aunque no sean conscientes de su fuerza, de su luz propia, de su magia escondida detrás de sus miedos y vergüenzas, aunque resalten menos por esos "no puedo" tan suicidas.

05 julio 2018

No sé nada



No sé una mierda de la vida.
Por no saber, no sé ni qué escribiré en esta hoja de cuadrícula, con lo que fueron sus agujeros atravesados por el gusanillo, colgando ruinosamente en el margen izquierdo al ser arrancada de su libreta.

No, no sé nada de la vida.
No sé mis fechas más importantes. No sé leer braille. No sé cuánto pesan los diamantes. No tengo ni puta idea de salsa, pero daremos comienzo a este baile.

No sé dormir y todas las noches acaban contándome a mí las ovejas. No sé cantar ni tocar la guitarra, tampoco sé por qué tengo pequeñas las orejas.

No sé cuánto ocupa el universo, ni si tu universo sigue ocupando el mío o es que me he quedado vacío. No sé, quizás sea vacío o simplemente vicio, lo que me hace preguntarme si entre mis costillas tienes un puesto vitalicio.

No sé si romper la hoja y arrancar otra de nuevo (que me perdone el Amazonas). No sé si aplastarla y hacer una bola para lanzarla en la primera papelera convertida en canasta (que me perdonen el Amazonas y Michael Jordan). No sé si continuar escribiendo lo que me salga del boli...

Definitivamente, no sé nada de la vida.
No sé saltar a la comba ni aguantar el tipo cuando me gritan. No sé caminar despacio, ni siquiera cuando no tengo prisa.

No sé por qué sé tan poquito de la vida. No sé cocinar, no sé leer en voz alta lo que escribo, no sé si mirarte fijamente hasta que se me rompan los ojos, no sé pintar ni dibujar, no sé distinguir diferentes tonalidades de rojos.

No, lo reconozco, no tengo ni puta idea de la vida. No sé frenar aun siendo consciente de que me destrozo, no sé cuándo dejar de castigarme, no sé salir del lodo en el que tan a gusto me rebozo.

No sé nada de la vida.
No sé hacer manualidades ni arreglar cosas. No sé cuánto duran los segundos cuando encuentro tu mirada. No sé describir mi sensación cuando veo tu nombre en el WhatsApp.

No, no sé nada.
No sé hacer malabares aunque se me dé fenomenal andar sobre el alambre. No sé orientarme con el coche, no sé dónde termina el horizonte y no sé por qué se me hace tan larga la noche.

No sé nada de nada.
Y lo demuestro en esta pataleta de tinta. No sé expresarme en palabras. No sé mantener la calma y me pone muy nervioso mi paciencia infinita. No sé si es la cuarta vez que tacho, o si era la quinta.

No, ¡No sé nada de la vida!
No sé si me conozco suficiente, si me engaño constantemente, si soy un cobarde o me paso de valiente, si soy un extraño en este cuerpo ausente.

Lo dicho, no sé nada de la vida.