25 marzo 2018

Domingos de mierda y papel




Me junto con la una para que no se quede tan sola, me invento un final acorde al momento, acuerdo, mediante choque de manos informal, las palabras que me vocea el viento. Las cosas deberían ser más sencillas, pero nuestra supuesta simpleza se desintegra con el roce del lápiz sobre el papel, que desangra a mis oídos, engaña a la vista y retuerce en el estómago, donde se concentran los fracasos sonados, chillando sin necesidad de altavoz.

Hoy el día sabe a domingo que duele -o de mierda-, a mirada perdida sobre un folio en blanco, vacía, como mi cama, como la botella de ginebra, como las palabras que me susurrabas y que ahora me las tengo que inventar para no caer en locura, si no lo estoy ya.

Soledad es plegar las sábanas sólo, es acariciarse la cabeza como cuando lo hacías tú, es la ausencia de los buenos días, la desaparición de tus manías, esas que tanto odiaba y ahora busco desesperadamente entre los calcetines sin pareja, en la caja de objetos perdidos y en mi cafetera para dos.

Esos domingos de gangrena, que infectan el lunes, el martes... esos domingos que ni siquiera son de resaca y sofá, son de pensarte y dolerte, de querer y no poder, de mirarse al espejo y no ver más que ojeras, de ser consciente que hacen falta más domingos muertos para soltarte, para dejarte ir.

¿Cómo no ponerse a temblar cuando es el folio en blanco quien pregunta cómo estás?
Aun sabiendo que lo voy a marranear, a escupir, a gritar, a llorar de tinta.

¿Cómo va a ser la vida sencilla si no sé ni explicársela a un folio en blanco...?
Y con mucha delicadeza se lo resumo para que lo entienda: si el infierno existe, se parece a enfrentarse a un papel en blanco un domingo de mierda.

11 marzo 2018

Qué bonita está Valencia cuando la andamos


Caminamos.

Caminamos despacio las calles de Valencia. Valencia lluviosa, vacía, oscura, estrecha.
Las baldosas resbaladizas babosean y se retuercen de envidia, nos quedan horas, risas y cervezas, nos sobran motivos y las letras bailotean con suma destreza. Nos miran los murales y nos embobamos con cara de idiota, nos cautivan y nos cuentan sus historietas, y si no Valencia se las inventa, nos faltan ojos para tanto que mirar, nos emborrachamos de luna con tónica y limón, y ya casi no nos acordamos ni de andar.
Las gotas sobre la frente, las terrazas nos observan, las luces lucen solas, las fachadas se transforman en nuestros guardaespaldas.

Y qué bonita está Valencia cuando la andamos, casi descalzos, casi desnudos, pisando charcos y girando esquinas. Y qué bonita está Valencia si la vives desde adentro, si entre las callejuelas de El Carmen la escuchamos gritar, callando los silencios con cada una de nuestras aventuras sin filtrar, con pelos y señales, con la ciudad de cómplice y los ojos diciendo la verdad.

Qué bonita está Valencia cuando la pisamos al andar.

Qué bonita está Valencia cuando nos alejamos de esos puertos conocidos para darnos cuenta que nuestro destino no es un lugar, es un estilo de vida, una forma de andar.

Qué bonita está Valencia cuando la andamos juntos.

05 marzo 2018

¿Y tú, por cuánto multiplicas?

Todos los días veo a mi alrededor gente pulular sin orden ni desorden, sin calor ni frío, sin alegría ni pena, con pensamientos… ¿Con pensamientos? Permítanme dudarlo, más bien son preocupaciones, millones de vacías preocupaciones poco reflexionadas, simplemente repetidas de forma constante como aquel sonido vacuo de tu teléfono repitiendo sin cansancio que tienes 50 mensajes sin leer de tu grupo de WhatsApp.

Suena un poco desafiante e incluso sinsentido la distinción entre la preocupación y el pensamiento, pero créanme, son como Marte y la Tierra, en el que el punto de desconexión se encuentra en la reflexión, tema ahora que no es centro de gravedad. 

Permítanme introducirles en sus mentes un pensamiento, sin ánimo de afirmarme en la famosa teoría de la “tábula rasa”, tan defendida por la corriente empirista. Quizás la expresión correcta sería permítanme inspirarles a ver cosas tan evidentes que simplemente parecen no pasar, como una brisa marina en una tarde de junio, que está junto a ti, pero es tan obvia que parece ser inexistente. 

¿Cuál es el principal rasgo que nos define como seres humanos? Somos seres sociales y es un fenómeno apasionante, tan manifiesto que no parecemos apreciar. 

Normalmente, cuando conoces a una persona por primera vez, sueles tener las típicas conversaciones de “me pareces una persona muy divertida”, “eres muy agradable”, etc… pero oye eso está pasadísimo de moda, hay que reinventarse ¡Gente, reinventémonos ya!!! 

Últimamente, dentro de mi sencilla vida, he escuchado una frase en un par de ocasiones que me ha hecho “un clic” en la mente, busca a gente que te sume y no te reste…. Espero que millones de chispitas estén haciendo “clic“ en esas maravillosas mentes. 

Pero como toda consecuencia, no solo hay factores predisponentes sino también desencadenantes y haciendo alarde de nuestra naturaleza social, ¿qué mejor desencadenante que una persona? Pues sí señores, rompiendo esquemas, de repente, inicias aquello que se llama conversación dentro de nuestra sociedad y con la misma naturalidad con la que el monte huele a tomillo, acabas teniendo una maravillosa reflexión, un pensamiento compartido en el que no verbalizas un “me caes bien”, sino "vales la pena porque sumas, que digo sumar... ¡multiplicas!

Dicho de manera más sencilla: vales la pena porque eres una operación binaria que se establece en un conjunto numérico, sumando un número tantas veces como indica otro número.

Y dicho de manera más compleja: vales la pena porque eres una x y no un +, alejándote kilómetros del -. Vales la pena porque contagias luz, porque inspiras, inspiras soluciones y expiras el bloqueo en los contratiempos, inhalas las oportunidades y las propagas.

Vales la pena porque despiertas, despiertas conciencias, abrazas nuevos puntos de vista y aceptas los demás, respetas... ¡y esto no multiplica por 1 jamás! esto es la punta de lanza, la clave del éxito, de nuestro éxito, de tu entorno, de nuestro mundo.

Vales la pena porque me ayudas a pensar, porque me haces darle una vuelta a las cosas, o dos, porque provocas envidia con tus ganas de comerte la vida con las manos y sin servilleta, porque con tu actitud compras suerte sin papeletas, porque el viento sopla a tu favor y si no te das la vuelta, te acoplas y lo peleas con el puño bien cerrado y la sangre circulando con la potencia de un cometa.

Vales la pena porque inundas optimismo, porque aprendo contigo, porque si te tengo enfrente las horas pasan rápido y se me calienta la cerveza, porque tu actitud transmite toneladas de fuerza.

Vales la pena porque multiplicas, multiplicas mis ganas de ser mejor. Vales la pena porque arriesgas, porque sabes lo que quieres y lo provocas, y si no lo sabes lo buscas, dentro de los cajones, entre montones de papeles, en los bolsillos del pantalón, en la cartera, buscas darle sentido a tu existencia. También multiplicas porque me conviertes en potencial multiplicador.

Vales la pena porque irradias, me haces brillar más. Vales la pena porque pegas chispazos con tu conductividad eléctrica. Vales la pena por ser cuando toca mi clonazepam o anfetamina. Vales la pena porque equilibras mi vida, porque no me dejas relajarme, pero me dices ¡para!, porque me dices ¡quieto! y en el momento exacto me dices ¡salta!

Y es que cuando descubres a este tipo de personas, las que suman se te quedan cortas y ya no quieres saber nada de las que restan. Y de repente te das cuenta que en el cole a la profe se le pasó una lección, la de la tabla del infinito, la de las personas que multiplican.