Cuatro
noches que hablan solas.
Cuatro
noches que son pocas,
suficientes
noches
para
darnos cuenta
de
infinitas cosas.
Dos de
verano
y dos
de Fallas,
treinta
y siete miradas clavadas
y un
par de manos encontradas.
Siempre
en dirección prohibida,
encerrando
las ganas en un gintonic amargo,
engañando
a
nuestras fantasías sin cumplir,
destronando
a los
reyes del azar.
Y como
no puede ser de otra manera,
la
quinta noche
volverá
a pasar.
Y
volveré a dejar mi mirada viviendo en tus ojos
para no
desacostumbrarlos.
Y
volveré a tocarte,
pensando
por un minuto que dejaste de ser murmuro de una noche.
Y
volveré a cruzar las líneas rojas sin mirar.
Y
volveré a dar vueltas sobre mí mismo
persiguiendo
mi cola como perro estúpido.
Y
volveré a desafiar al mundo
con la
cabezonería de un niño malcriado.
Y volveré
a gritarte que seas valiente,
con el
único argumento de lo inexplicable al vernos.
Y
mientras tanto,
solo
espero que llegue la quinta noche
y
volvamos a desayunarnos los ojos,
comernos
con risas tontas
y
cenarnos con la imaginación.
Y, aun
así,
quedarnos
igualmente hambrientos.
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